No ha podido ser. La ciudadanía de Getxo ha decidido que las propuestas presentadas por Independientes de Getxo - Getxoko Independienteak no son las más idóneas para este momento y ha decidido otorgar sus votos a los partidos tradicionales. Nuestra opción por lo tanto, y las soluciones que propugnamos, deberán continuar permaneciendo en la sombra, esperar nuevas elecciones y mientras tanto ser regadas solamente por el descontento vecinal que nos ha dado forma.
Al hilo de estos resultados nos gustaría de todas formas destacar tres puntos necesitados de debate: el alto coste de la democracia, el papel de los medios de comunicación y el movimiento de los indignados.
El juego democrático es caro, la democracia no está pensada para pobres. Entrar en el juego electoral conlleva poseer enormes bolsillos llenos de billetes (aunque sean conseguidos a base de oscuras donaciones empresariales). Sin dinero, sin realizar grandiosos gastos, es imposible ser considerado un contendiente serio, al menos en poblaciones del tamaño de Getxo (82.000 habitantes). Atrás quedaron los tiempos en que una escoba, un cubo y unos carteles permitían al poseedor de estos utensilios entrar en la contienda electoral. Un par de mítines, un altavoz y unas hojas sueltas complementaban el equipo, engrasado todo ello con altas dosis de trabajo entusiasta. En la actualidad y como bien señala la canción “si no tienes un duro no te hace caso nadie”, una cruel realidad a la que tiene que enfrentarse cualquier aspirante a cambiar la situación social desde dentro. Los poco más de mil euros que hemos invertido en esta campaña, son como una gota en el mar comparado con lo invertido por los partidos establecidos.
Quizás deberíamos reconsiderar las herramientas que se precisan para trabajar en la democracia y revisar sus costos y prioridades.
Los medios de comunicación utilizan su armamento para apoyar lo conocido, lo establecido y asentado, pero nunca por lo que pueda ser nuevo. Para los medios de comunicación los alcaldables provienen de los partidos existentes y a esos dedican espacio y tiempo, pero para los otros, para los que tratan de incidir con propuestas novedosas, los que denuncian situaciones corregibles o para los que simplemente propugnan cambiar la correlación de siglas, para esos no existe espacio comunicativo y su capacidad para lograr visibilidad mediática es prácticamente cero.
A la vista de esto es muy posible que tengamos que abrir un debate sobre las trabas que ponen los medios de comunicación al cambio político y si estas dificultades se deben a que consideran que se encuentran más cómodas con lo que hay en este momento que sirviendo de catalizador para nuevas propuestas nacidas de las bases sociales.
Finalmente señalar que los mensajes de los indignados no calan. Nuestras denuncias coinciden en muchos puntos con las expuestas por los indignados en las plazas públicas. Tanto ellos como nosotros mostramos nuestro hartura con la situación general, reclamamos nuevos aires para la política, señalamos con el dedo acusador a la inoperante casta política, así como sus privilegios, exigimos participación, ser tenidos en cuenta a la hora de las grandes decisiones y que los debates sean abiertos, en definitiva, exigimos una democracia participativa. Solo a un reducido número de personas les ha importado esto, al menos no lo suficiente como para invertir el poder de su papeleta electoral en mostrar con ella su hartazgo y el deseo de cambiar todo esto.
Es probable que se deba a que leer un slogan ingenioso arranca sonrisas fáciles, pero moverse para superar una injusticia no es nada gracioso.
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