martes, 28 de octubre de 2014

Frente a los mercaderes de votos



No es cierto que ni cada cuatro años ni cada día podamos elegir. Las ofertas se toman o se dejan con la fútil obligatoriedad de optar por otras quizá menos peores en su lugar. Es este mercadeo el que nos convierte en mercancía reutilizable - nuestro gasto diario y nuestro voto cada 1460 días-. Y es, sin duda, el círculo vicioso que romper: ni somos mercancía ni los tontos útiles de una casta y un sistema que depreda nuestras vidas. Porque vivir hace tiempo que se sitúa por debajo del umbral del trabajo cotidiano extenuante, de la hipoteca boa, del posible desahucio o del desahucio hecho y derecho, del hacinamiento urbano y espectacular en lo zafio y especulativo. Todo pasado por el tamiz del mercadeo: el saber, el vivir, nuestra tierra tomada como objetos de inversión, compra y venta. Debemos liberarnos de esto. En favor de poder vivir en nuestro propio pueblo con el criterio del común sentido y en favor del bien común. La eclosión de voces a raíz de 15-M resume que muchas, miles, de personas en Getxo, quieren cambiar "la cosa". Y nosotros no queremos cambiar La Cosa, sino conseguir que  La Cosa no nos cambie. Son lo de menos las marcas que se presenten, algunas como Ganemos Euskadi digna de oportunistas mercaderes a la vieja usanza.

Antes de nada y de todo, debemos. Debemos ser honestos con el cambio que precisamos. Sin duda este ha de darse desde las personas hasta los colectivos. Debemos. Debemos ser conscientes que las instituciones no cambian. Son engranajes inertes que se mueven por su propia inercia. No pueden cambiar por ellas mismas nada: su función estuvo y permanece eficazmente invariable: sirven para que la sociedad administrada funcione como hoy en día. Por tanto, entrar en ellas no puede ser un fin en sí mismo.
Miles de personas en Getxo entendemos que optar a “entrar” en el ayuntamiento tiene sus utilidades: descolocar a la casta su ilegítimo predominio; alterar la deriva apocalíptica de los gestores corruptos que ven nuestro pueblo como mercancía. Es entrar en el palacio de invierno del poder. Aunque útil, sólo eso. Un partido, aunque enarbole las aspiraciones de un 99% frente al 1% de la casta, no es un fin en sí mismo. El fin es el cambio que en nuestro pueblo desean miles y miles de personas, asociadas o no, militantes o no, organizadas en colectivos en luchas contra los desahucios, a favor de los barrios, contra los ataques desarrollistas y especulativos, la de comunidades de vecinos, la de agrupaciones culturales... Es su lucha no administrada  la que, con nuestro apoyo, determinará el cambio verdaderamente necesario. 

Sólo teniendo esto claro, debemos. Debemos unir voluntades y esfuerzos. No buscar marcas que suenen con el oscuro objetivo de captar en el revuelto rio del mercado de posibles votos. Debemos unir compromisos: nada debe suplantar la acción política de cada cual, aún menos delegar en “elegidos” aunque sean los que desde aquí salgan. No podemos optar mas que por un municipalismo horizontal, regido por la participación real en defensa de lo común.